GUERRERO-VICENTE

CENTRO JOSÉ GUERRERO. Granada
Del 4 de octubre de 2019  al 12 de enero de 2020

Planta baja
Camino a la modernidad. Años 20-50
Planta primera
Laboratorios experimentales en papel. Años 50
Planta primera
Entre lo lírico y lo trágico. Años 50
Planta segunda
El color como experiencia. Años 70
Planta tercera
El color como experiencia. Años 80 a 90

El Centro José Guerrero de Granada, el Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente y Acción Cultural Española en colaboración con el Museo de Bellas Artes de Asturias presentan el proyecto expositivo Guerrero/Vicente, una muestra itinerante que estará presente en las salas del Centro José Guerrero desde el 4 de octubre de 2019 hasta el 12 de enero de 2020.

La exposición “Guerrero/Vicente” es una ocasión única para conocer de primera mano a la vez a estos dos grandes pintores españoles que siempre han sido tratados por separado, a pesar de las múltiples coincidencias que pueden encontrarse a lo largo de sus respectivas trayectorias. Paralelismos que no sólo se refieren a sus carreras, sino que se extrapolan a las circunstancias personales.

La selección de las 60 obras se ha estructurado poniendo el foco en tres etapas bien diferenciadas que se muestran en las cuatro plantas del Centro.

Planta baja: se muestran los inicios pictóricos en clave figurativa de Guerrero y Vicente a través de una selección de paisajes centrados en escenas rurales y urbanas, en las que puede advertirse su progresiva inclinación hacia la abstracción. Ambos estudiaron en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, Vicente en los años 20 y Guerrero en los 40.
Cuando sintieron la necesidad de buscar el camino de la modernidad, pusieron rumbo a París, símbolo de la renovación y de la vanguardia desde finales del XIX. Vicente se empapó de la “pintura-fruta” de Bores, conoció a Picasso y a sus seguidores, quedó marcado por el cubismo y por la figura de Matisse. Por su parte, Guerrero conoció el Paris de los años 40, y por fin pudo ver en directo el arte moderno que en España era imperceptible. También viajó a Roma, Londres y Suiza, donde destacan una serie de obras en clave fauvista.

Planta primera:
Gracias a sus matrimonios con sendas mujeres norteamericanas, los dos se trasladaron a los Estados Unidos. Esteban Vicente en 1936, José Guerrero en 1949.
El punto de inflexión en ambos casos, el año que marcó el cambio de lenguaje artístico, es 1950. Para Esteban Vicente, el acontecimiento más importante de su vida sería la exposición Talent 1950, para la que fue seleccionado por Meyer Shapiro y Clement Greenberg. El mismo año, José Guerrero se instaló en Greenwich Village, donde estaba establecida una importante colonia de artistas, y comenzó a tratar a agentes que pronto lo llevaron a la galerista Betty Parsons. Se relacionaron, cada uno con sus filias y sus fobias, con De Kooning, Rothko, Kline, Motherwell, Guston, Newmann, Pollock, etc., y desde entonces se mantuvieron fieles a los dictados de la primera generación del Expresionismo Abstracto Americano. En palabras de Guillermo Solana la diferencia entre ambos artistas en esta época puede cifrarse en el contraste entre lo lírico y lo trágico, “Vicente suele ser centrípeto, sus formas se agrupan como un rebaño en el centro del cuadro y a veces se superponen. Guerrero tiende a lo centrífugo: sus siluetas tienden a alejarse unas de otras, como galaxias de un universo en expansión. (…) Al final de la década, ambos pintores terminarán coincidiendo en lo gestual, pero incluso aquí de manera diversa; el gesto blando y fluido en Vicente, repentino y abrupto en Guerrero”.
Para terminar de asumir bien los nuevos presupuestos plásticos, fue decisiva la experimentación que ambos llevaron a cabo con el papel. Esteban Vicente a través del collage, Guerrero a través del grabado.

Plantas segunda y tercera:
En los años setenta nuestros dos protagonistas ya habían alcanzado su plena madurez. Poco a poco fueron destilando una voz característicamente propia que desarrollaba la preocupación por el color, llevando lo que se conoció como “pintura de campos de color” a diferentes modos de darse.
Para Vicente, el color era la manera a través de la cual atrapar la luz. En el caso de Guerrero, el color es lo que estructura la obra. A través de él, el pintor construía la forma y cimentaba el cuadro porque el “[…] color tiene jugo, y alegría, y fuerza”.
La necesidad del color en la obra de los dos artistas propició otra inquietud común: la importancia de los límites en la relación de los colores. En la pintura de Vicente, los bordes eran la parte de mayor dificultad. En cierta medida, la luz, reflejada a través de los colores, era la parte suave mientras que los encuentros eran la parte áspera de la composición. Para dar cuerpo a su poética, Vicente prescindió de pinceles y brochas y optó por pulverizar la pintura, soplada con aerógrafo. Gracias a ese procedimiento difuminar las transiciones y obtener sutiles gradaciones en las que lo importante era el registro tímbrico, la vibración entre las tintas y la saturación cromática.
Para Guerrero, la relación entre los colores supuso siempre un desafío. En su obra las masas de color establecían sus propios límites llegando a existir, especialmente en la obra de los años ochenta, zonas en las que aparecía un tercer color o el propio blanco de la tela. El artista definió como transparencias a esta cualidad de relación de los colores, dejando ver la importancia que para su obra tuvieron las veladuras. Siempre había concedido gran importancia al espacio, sus límites, las fronteras entre planos, las zonas en las que los colores se interrelacionan; lo que le interesaba, en palabras de Bonet, “es que el color fluya, que la pintura respire, que el cuadro sea vibrante, luminoso, cargado de energía”.

+Información: 
http://www.centroguerrero.es/expos/guerrero-vicente/