EL COLOR ES LA LUZ

Esteban Vicente 1999-2000

9 de febrero   – 15 de abril 2001

La exposición El color es la luz. Esteban Vicente 1999 – 2000 está constituida por 18 cuadros de 1999 y 3 de 2000, junto con 20 dibujos de este último año.

Contemplando los últimos cuadros no encontramos síntomas de vejez, al contrario: el colorido valiente y la asombrosa luminosidad tienen la fuerza que asociamos a la juventud. Pero también la serenidad y la sabiduría conseguidas después de toda una vida dedicada a tratar con la forma y el color. Analizándolos, aparecen todos los elementos propios de su lenguaje personal: un cromatismo que encuentra en el contraste el principio rector de la armonía; una organización de las masas de color perfectamente estructurada, cuya importancia se ha manifestado siempre en sus dibujos. Por último, encontramos esa calidad espacial, atmosférica, que concuerda perfectamente con el hecho de que se trate, como ha dicho en tantas ocasiones el propio pintor, de paisajes interiores.

El color es la luz es un título que surge a partir de una frase de Vicente: «La cualidad del color es la luz». El color, la luz se revelan al cabo como los temas centrales de su obra. A esa extrema pureza llega la vocación de quien destinó siempre sus energías a la comprensión del mundo físico a través del lenguaje de la pintura. Pintor decididamente enemigo de lo narrativo, de la descripción, atento sólo a la naturaleza íntima de la realidad. Y a representarla como experiencia, no como conocimiento. Por eso resulta especialmente emocionante contemplar cómo en algunos de estos cuadros vuelven a aparecer perfiles de árboles o piedras, después de haber desaparecido de su obra, de haberse disuelto en color, hace cincuenta años. Quizás tras una vida larga volvemos a mirar en derredor con los mismos ojos que al principio.

En lo que se refiere a los dibujos, los de este último año tienen, en ocasiones, la cualidad de un susurro, de un susurro dibujado. El trazo es débil, pero seguro. Como si el lápiz sostuviera la mano, no al revés. Hay un desvanecimiento: todo es más claro. La materia parece borrada por la luz blanca que destella del lienzo. Y el color salpica apenas la escena, ahondando la profundidad. La totalidad de sus dibujos tienen una concisión y perseverancia morandianas, una «insistencia» que resulta finalmente muy reveladora.

Al comentar la obra de Zurbarán, uno de sus pintores más queridos, Vicente escribe: «Veo en su obra cualidades que representan para mí lo místico: quietud, reposo, silencio interior, pasión, energía». En buena medida podrían aplicarse a la obra de nuestro pintor. Y aquí resulta inevitable situar ésta en el contexto de ese modo de pintar lo sagrado, que no lo religioso, que Robert Rosenblum, en su libro La pintura moderna y la tradición del romanticismo nórdico, atribuía al Expresionismo Abstracto Norteamericano.

Señalemos, por último, lo que acaso constituya la clave de su concepción del trabajo creativo. El propio Esteban Vicente lo dijo en más de una ocasión: «Pinto para saber qué es la pintura». Quizá es esta actitud inquisitiva, abierta, nada autosatisfecha, la que ha teñido de fuerza juvenil los cuadros de un hombre de casi cien años.

Con el patrocinio de Caja Segovia