ESTEBAN VICENTE. Siento, luego pinto

PATIO HERRERIANO. MUSEO DE ARTE CONTEMPORÁNEO ESPAÑOL. Valladolid
Del 11 de marzo al 2 de junio de 2019

ESTEBAN VICENTE. Siento, luego pinto

Patio Herreriano

Pienso, luego existo” decía Descartes, aludiendo a que la razón era la única forma para hallar la verdad. Pero, ¿qué hay de racional en la pintura? “Pintar no es pensar, es sentir”, decía Esteban Vicente.

A partir de esta premisa surge una interesante carrera artística que, si bien se inicia dentro de los postulados de la figuración, caminaría progresivamente hacia la abstracción.

Tras su formación académica e inicios artísticos en el Madrid de los años 20, Esteban Vicente viviría entre París, Barcelona, Londres, Murcia e Ibiza desde 1929 a 1936, centros artísticos que le permitieron desarrollar un nuevo proceso vital y artístico, fruto de un ardiente anhelo de conexión con las nuevas tendencias de modernidad y vanguardia. Coincidiendo con el estallido de la Guerra Civil, en septiembre de 1936, viaja a Nueva York y tras unos años de indefinición estilística, en 1947 se produce su inmersión plena en la escena neoyorquina, gracias a su relación con los más importantes protagonistas del primer movimiento genuinamente americano: el Expresionismo Abstracto Americano.

La exposición Esteban Vicente. Siento, luego pinto, reúne una selección de setenta y tres obras que pretende mostrar la evolución del pintor en sus distintas etapas creativas, y de las distintas técnicas por él exploradas desde 1950 hasta 1997: la pintura, el collage, el dibujo y la escultura. Asimismo, esta exposición pone de manifiesto el carácter de secuencia de toda la producción de Esteban Vicente pues si bien, como el mismo decía, cada obra tiene su solución, también es cierto que forma parte de un proceso cuya base es la armonía.

Pinto para saber qué es la pintura

En los primeros años de la década de los 50 Vicente dialoga con la pintura gestual de sus compañeros de generación (De Kooning, Guston, Hofmann…), tamizado por su acento más lírico y poético, menos épico y heroico. Las formas abigarradas, las masas de color que se mueven y entrelazan armoniosa y rítmicamente, guiadas por el trazo subyacente, en una suerte de grafismo, van evolucionando, a mediados de la década, en composiciones donde comienza a reinar el orden, el tiempo detenido, fruto de la alineación de formas cuadradas y aisladas en el centro de la obra. La pincelada se hace más intensa, se acumulan las capas de color, se enriquecen los matices, se potencia la vibración, una notación musical se presenta ante nuestros ojos. Poco a poco las formas se amplían y se hacen más regulares, mientras flotan en una atmósfera muy personal, que encontrará su cénit gracias al uso del que se convertirá en su gran aliado, el aerógrafo, a finales de la década de los 60, cuando nos adentramos en su época de madurez y en la experiencia de los campos de color. Se concentra en investigar el comportamiento del binomio color-luz en sus “paisajes interiores”, composiciones casi arquitectónicas creadas gracias a inmensos estanques de color, de perfiles difusos, que se van simplificando en bandas y que, a mediados de los años 80, comienzan a incorporar las formas orgánicas trasunto de la naturaleza. Pincel y aerógrafo conviven perfectamente en pro de una mayor libertad que, al tiempo, se deja ver en la multiplicación de la paleta de color y en la interrelación de las formas.  Los años finales dejan ver parte del lienzo blanco, que se convierte en fuente irradiante de luz, al tiempo que el lugar en que depositar sus sentimientos y sus preocupaciones: la belleza, la intimidad, el orden y la emoción.

El collage como pintura

Esteban Vicente fue uno de los representantes más importantes del collage internacional. Todo comienza por azar en 1949, cuando Vicente empieza a dar clase de pintura en la Universidad de California, en Berkeley y lejos de su estudio y de sus herramientas para pintar, comienza a componer collage a partir de las revistas y papeles de bellas artes que tenía a su alcance. Para Vicente, el collage supone otra forma de pintar, donde el papel se convierte en masa pictórica. Al igual que en sus pinturas, los collages van surgiendo por adición, finas capas de papel, como hiciera con las pinceladas de pigmento, se van superponiendo hasta crear una realidad casi tridimensional, que implica movimiento y fluidez. Aunque deudor de las experiencias cubistas sin embargo, se aleja de aquellas en el estatismo que les caracterizaba. Su composición y estructura surge fruto de la improvisación, y su evolución es paralela a la de su pintura: de composiciones abigarradas en una paleta de colores tierra -más cercana a la pintura gestual-; a composiciones más coloristas y de formas grandes y rectangulares, que nos remiten a la pintura de campos de color. Es en este medio en el que por primera vez utiliza el aerógrafo, con el que pinta los papeles del color deseado y con el que establece un interesante juego de transparencias y luminosidad. La diferencia de escala del collage frente al lienzo, -el primero mucho más íntimo-, le ayudó a Vicente en su búsqueda de la esencia de la pintura.

Collages en tres dimensiones son las pequeñas esculturas que Vicente llamaba “Toys” o “divertimentos”. Color, estructura, forma, equilibrio y composición están en la génesis de estos sutiles paisajes abstractos que comenzó a realizar desde 1968, sin mayor deseo que el puramente lúdico. Estas piezas están realizadas a base de fragmentos de desecho dispersos por el estudio del artista como tablillas, cartón, cartón-pluma, papel, trozos de madera y plástico que, ensamblados con puntas de clavo, o simplemente pegados, se constituyen en formas abstractas o antropomórficas. Son juegos en equilibrio de relación de formas, de colores, de poética íntima y al mismo tiempo libertad de expresión.

El pintor ve dibujando

El artista otorgó gran importancia al dibujo como disciplina independiente, al mismo tiempo que consideró su dominio elemental para el correcto desarrollo del proceso creativo. Desde sus inicios, ésta técnica le permitió rastrear la realidad y atraparla en una producción extensísima, donde la línea y el trazo son los elementos principales que estructuran las formas. Tras una mirada puntual a la práctica cubista, nos adentramos en la asimilación del expresionismo abstracto en formas que poco a poco se despojan de los elementos superfluos para crear un mundo propio. En los años 70 destaca una serie de dibujos creada a base de trazos en negro y gris al carboncillo, con fuerte influencia de la arquitectura neoyorquina y del minimalismo; los años 80 y 90 dan paso a bellos dibujos donde la naturaleza es la principal protagonista: el pastel, la tinta y el gouache permiten crear texturas diferentes a unas formas que se van diluyendo en una atmósfera de ensueño. No es la simple imitación de la realidad sino una asimilación íntima de la misma:mis pinturas son paisajes interiores. Los veo con el corazón, no con los ojos.

+Información: 
https://www.museopatioherreriano.org/exposicion/esteban-vicente

+Vídeo presentación de la exposición