Untitled [Sin título, 1995]
La última etapa de Esteban Vicente no es un conglomerado de su trayectoria artística, ni siquiera se caracteriza por una intensidad menor, sino que destaca por ser un momento álgido en su obra.
En sus dibujos, Esteban Vicente, hizo gala del dominio de diferentes técnicas pictóricas. Cultivó en sus últimas décadas, el carboncillo, el gouache y el pastel logrando texturas diferentes y resonancias diversas para evitar, tanto la uniformidad, como el mero ejercicio compositivo. Sobre el papel evidencia una poderosa imaginación y una capacidad realmente sorprendente para renovarse y afrontar, a partir de un lenguaje formal no muy amplio, nuevos retos y planteamientos. Sus paseos en la infancia por el Museo del Prado acompañado por su padre fueron decisivos en su obra, y de esta forma, recurre al paisaje como expresión formal. Estas sugerencias paisajistas, que comenzaron a aparecer en su obra desde la década de los ochenta responden a estos recuerdos; y aunque el paisaje es menos reconocible, se vuelve más eficaz. El propio color contribuye a que el espectador recurra al paisaje coexistiendo todas sus posibilidades desde las tierras y los colores orgánicos hasta el cromatismo más expresionista. Los colores son más intensos y variados y emana de ellos una luz candente y una atmósfera serena. Aparece en la obra una mayor sensualidad a través del dibujo concebido sobre la base de la relación entre manchas más o menos disueltas y trazos aunque con mayor presencia en ellos de lo curvo. El pintor extiende, embadurna y mancha la superficie con el pastel dejando que los residuos de ambos formen parte de esa superficie como si estuviera trabajando con materiales semilíquidos que crean un contorno difuminado.
Con motivo de la inauguración del Museo Esteban Vicente en 1998, se llevó a cabo la serigrafía de esta obra con una tirada de cien ejemplares impresa a dieciséis colores , en el taller Erik Kirksaether.