
En 1964, Esteban Vicente y su mujer Harriet Godfrey Peters, que habían contraído matrimonio en 1961, compraron una granja de estilo colonial holandés en Montauk Highway, en Bridgehampton, Long Island, donde pasarían a partir de entonces y hasta su desaparición, ocho meses al año. En este lugar, Vicente pudo desarrollar una de sus grandes pasiones más allá de la pintura: la jardinería.
La extensión de tierra que compraron (de más de 8000 m2) estaba salpicada por varias construcciones, además de la casa principal: un estudio, un almacén de pintura, dos cobertizos y una cabaña para invitados. Abrazándolas a todas ellas, Harriet y Vicente plantaron un maravilloso jardín cultivado con mimo por ambos, hasta convertirlo en su propio campo de color. A partir de ese momento, la naturaleza se convierte en el principal foco de interés para Vicente. Imaginó su jardín como una experiencia sensorial que quedó reflejada en sus obras, y traspasó los límites del cuadro provocando un especial sentimiento de sosiego y armonía mística en el espectador.
Poner de relevancia esa relación entre las obras de Vicente y su jardín, es el objetivo de esta exposición, pero también lo es explorar cómo, a lo largo de la historia del arte, fueron muchos los artistas que desarrollaron su faceta como pintor de jardines, pero, no tantos, los que crearon el suyo propio, lo cuidaron, y lo convirtieron en su principal fuente de inspiración, hasta concluir en un guiño relacional hacia su máximo exponente en España: Joaquín Sorolla.
En 1905, Sorolla adquiere un solar en la actual Avenida General Martínez Campos, en Madrid, donde construiría su casa, estudio y jardín. El jardín de Sorolla se estructura en tres espacios más un patio andaluz, al estilo neoespañol. A partir del conocimiento atesorado de pintar y visitar jardines, extrajo los componentes necesarios para diseñarlo.
Sorolla hizo del jardín una obra de arte en sí mismo (siempre ayudado por su mujer Clotilde), y un reflejo de su propia creatividad. Arte y naturaleza se funden en su particular paraíso, lugar de encuentro, inspiración y retiro, que comenzó a plantar en 1911 y que desde 1916, no dejó de pintar, como temática única y principal, o como escenario en el que posaban algunos de sus retratados.
La pequeña, pero intensa, selección de obras presente en esta exposición, fechadas entre 1916-1919, nos muestran un Sorolla íntimo, que pinta en un ambiente en el que se siente libre. Esa libertad, unida a la destreza del artista maduro, deriva en un cambio en su pintura.
A Sorolla ya no le importa tanto describir tal o cual flor, o definir arquitecturas o motivos ornamentales, lo que le interesa es, a partir de lo que ve, experimentar. Elimina los elementos superfluos, busca la esencia de la pintura. Le interesa el color, la luz, la atmósfera, se advierte un cierto camino hacia la abstracción. La pincelada es muy suelta, rápida, natural, que capta la luz del instante. Potencia la plasticidad, la expresividad, lo sensorial; idealiza sus propios jardines; matiza los colores de las hojas de los árboles, para generar efectos pictóricos deseados; la materialidad de las formas y texturas configuran los jardines. Lienzo y realidad se funden.
En Esteban Vicente la naturaleza es una temática subyacente a todo su trabajo pero es desde 1964, cuando la mirada de Esteban Vicente gira, físicamente, hacia su propio jardín. Organiza el espacio mediante la plantación de masas de flores autóctonas de distintos colores que configuran un campo de color paralelo al de sus propias pinturas. Esteban y Harriet crearon su jardín intuitivamente, sin necesidad de recurrir a plantas exóticas, ni pérgolas, ni canales, ni otros elementos arquitectónicos. La naturaleza en estado puro, al estilo de jardín natural o silvestre, sin simetrías, convertido en un lugar singular, bello y romántico.
La amplia selección de obras de Esteban Vicente para esta exposición, nos muestra la naturaleza orgánica de su jardín. Su paleta de color sugiere la luz del sol, la vegetación, el agua, el aire, el cielo. Son obras compositivamente ricas, de colores muy intensos, algo suavizados, de luz ardiente y atmósfera tranquilizadora. Al final de su carrera la única temática que le interesa a Vicente es su jardín. Vuelve a una suerte de figuración sugerida y sugerente. Como hiciera Sorolla, Vicente despoja la composición de elementos superfluos, la estructura se reduce al mínimo, la pintura se desvanece, se presenta casi transparente. Las composiciones son más abiertas, libres: auténticas odas a la vida, en las que el artista, en el último hálito de vida, se muestra virtuoso y diestro, no hay abatimiento, sino fuerza, vitalidad, ilusión.
Sorolla y Vicente enamoraron con su pintura a ambos lados del atlántico, por eso, este delicado proyecto, se muestra en América y España, en sendas exposiciones espejo: en Parrish Art Museum, en Montauk Highway, cerca de donde Vicente tuvo su casa estudio; y en el Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente, donde se custodia parte del legado del artista.
Ana Doldán de Cáceres
Directora Conservadora del Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente

Esteban Vicente. Visión, 1995. Colección particular, Madrid

Joaquín Sorolla, El jardín de la Casa Sorolla, 1918-1919. Madrid, Museo Sorolla, inv. 01267

Esteban Vicente. Untitled, 1995. Allegra Arts SLU, Madrid

Joaquín Sorolla, Jardín de la Casa Sorolla, ca. 1919. Madrid. Colección particular, Madrid

Esteban Vicente, Dynamic Rhythm-Bridgehampton, 1970. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid. Donación The Harriet and esteban Vicente Foundation, Nueva York, 2007.

Joaquín Sorolla, Balsa del jardín de la Casa Sorolla, 1918. Madrid, Museo Sorolla, inv. 01143

Joaquín Sorolla, pintando en el jardín de su casa en Madrid, ca. 1920. Fotografía atribuida a Arthur Byne. Madrid, Museo Sorolla, inv 80197.1

Esteban Vicente en el jardín de Bridgehampton, 1995, NY. Foto: Susan Cohn
